La fama de los alemanes tomadores de alcohol se confirma en esta edición de la columna de Marta Durán.
Los alemanes son chupadores. En cualquier mesa hay vino o cerveza. Su consumo es enorme incluso en lugares inesperados.

Pues bien, llegué a la Universidad de Hamburgo y mi primer día allá, mi asesor de tesis, amigo y protector, el doctor Horst Pietschman me mostró el comedor universitario, la “Mensa".
Increíble, había todo tipo de cervezas, vinos y hasta champaña alemana. ¡No manches! Cualquiera puede beber lo que quiera a morro en el Campus sin temor a nada.
Un bar sobre ruedas
Hasta hace pocos meses, en Hamburgo estaba permitido beber alcohol en el transporte público. Allá no hay policías como en las estaciones del metro de la Ciudad de México, que te impiden subir al metro si estás cuete.
En Hamburgo, en el metro, en el autobús era lo más normal ver a medio mundo con sus botellotas de cerveza o vino. Lo malo es que muchas de las estaciones del tren suburbano están muy sucias. Están todas pipiadas con orines de perros y de borrachos.
Ah, porque déjenme contarles que en Alemania está permitido llevar al perro y éste paga un boleto que cuesta lo mismo que uno para niño. Los grupos de adolescentes gritan y ya, pero las porras de los equipos de futbol, bien borrachas, se agarraban a golpes.
Por razones de higiene y de seguridad, la ciudad de Hamburgo hizo una consulta ciudadanía preguntando si se debía prohibir el consumo de alcohol en el transporte público y sorprendentemente, cerca de un 80% dijo sí.

Desde el año pasado se prohibió en Hamburgo beber en el transporte público y se siente la diferencia. Pero en Berlín no hay restricciones. Allá el metro y el tren suburbano (S-Bahn) circulan toda la noche los fines de semana y bandas enormes de chavos usan al transporte público como un bar rodante.
Hay muchos refrescos con alcohol de moda. Tiene colores pastel, una presentación muy festiva y mucha química con sabor a fruta. A las chavitas les gustan esos cócteles baratos porque no saben tan mal, pero esos mugres cócteles pegan como patada de mula.
Es muy barato emborracharse con ellos y eso los hace peligrosos. Cualquier viernes o sábado en la noche uno ve las hordas niños grandotes hasta atrás.
Para colmo hay una nueva moda: Komasaufen se llama. Es decir, embriagarse hasta caer en coma, ponerse hasta el moco, como dicen en mi barrio.
La policía o las ambulancias van por las calles recogiendo a borrachos de todas las edades. Los llevan a un hospital y los arrastran hasta unas celdas especiales donde no hay ningún mueble u objeto con el que puedan hacerse daño, solo un colchón en el piso (para que no se caigan de la cama).
Los médicos los revisan para ver si no traen una herida, un borrachazo y los dejan dormir. A algunos los envían a una especie de centro terapéutico donde pasan la borrachera.
Texto: Marta Durán de Huerta