Con sus hermosas absurdidades y frivolidades, el español que se habla en México tiene características que lo hacen muy particular.
Hasta 2004, transmitido por Televisa y como parte de un programa humorístico producido por Eugenio Derbez, aparecía en la televisión mexicana un segmento denominado “¡Que alguien me explique!”, con un tal “Hans Pujenheimer” en el papel principal.
Además de la acertadísima parodia de los alemanes desperdigados por el mundo, pero, sobre todo de los “mexicanos” (e incluso, exceptuando el sombrero y los pantalones de cuero, también de un servidor), el programa televisivo ponía sobre la mesa una de las pocas críticas que tengo en relación al castellano de estas latitudes: las frases intraducibles e inexplicables.
Mientras Pujenheimer perdía completamente los estribos analizando los disparates de las telenovelas mexicanas, yo me quedaba “de a cuatro” (aún después del mismo número de años) frente a expresiones como “abuelita soy tu nieto”, “te la bañaste” (locución predilecta de una gran amiga regiomontana) o “ya chole”. Entonces, del mismo modo que lo hiciera Pujenheimer, no pierdo la ocasión de preguntar: ¿Qué diantres quiere decir esto? ¿De dónde proviene esta frase?

Las peculiaridades del estilo mexicano
Por lo demás, el “mexicano” es una chulada. Permítanme decir “mexicano”, pues además de ser el castellano más nítido y libre de acento, se trata, en verdad, de algo muy peculiar.
Dudo que exista otro país hispanohablante donde las personas se hayan dado a la tarea de concebir tantas nuevas palabras con sobrada creatividad, sobre todo en el terreno de lo vulgar y obsceno: para los lingüistas sería algo así como el distrito rojo de Ámsterdam.
Aportaciones como “órale”, “no mames” o el particularmente vulgar pero maravilloso “chingar” (parecido al “fuck” anglosajón, cuando menos en su universalidad) no tienen parangón en el castellano.
A estos escenarios lingüísticos habría que añadir la enorme variedad de acentos que generan una buena cantidad de situaciones jocosas entre los mexicanos.
Como extranjero, sólo suelo percibir los marcados “rasgos regionales”; por ejemplo, cuando escucho a los Chihuahuenses pronunciar su propio gentilicio.
Mención aparte merecen los trabalenguas de raigambre prehispánica como guajolote (tanto el pavo como el pambazo de Querétaro), Teotihuacán (cuna de la cultura mesoamericana) o Huitzilopochtli (dios guerrero de los aztecas).
Estos elementos conforman algo así como el esqueleto de la variante mexicana del castellano.
El español triunfa
A pesar de todas sus peculiaridades, el fundamento de la comunicación mexicana es el castellano.
Que los mexicanos, para mi desgracia, no utilicen el vosotros ni conozcan la conjugación correspondiente, me parece algo menor en comparación con lo difícil que me resulta asimilar la progresiva generalización de lo que yo llamo el “español Facebook”.

En esta ramificación del idioma se pueden encontrar ejemplos todavía inofensivos como intercalar “a ver” con “haber” o, como a veces lo hacen mi novia –habitualmente precisa hasta el exceso– o hasta mi aún más preciso colega de Treff3 Alfonso, escribir “awebo” en lugar de “a huevo”.
Ante estos escenarios reacciono con un “nain nain nain” (derivación del “no” en alemán) a salud de un buen amigo que suele imitar una de las escenas iniciales de la película Bastardos sin gloria.
Sin embargo, en comparación al amor que le profeso al idioma, todas estas cuestiones pasan a segundo término.
Después del inglés, el español es, para efectos prácticos, probablemente el idioma más fácil de aprender para los alemanes. El vocabulario base y, sobre todo, la gramática son accesibles.
Si acaso, mis pocas objeciones tendrían que ver con la incomprensible diferencia entre “llevar” y “traer” que, en alemán, prescindiendo de dónde está ubicado el hablante, se resume en una sola hermosa palabra o la falta de un equivalente preciso para “geradeaus” (traducido habitualmente como “derecho”, vocablo que también refiere una posición “al lado derecho” o una materia de estudio (el) “Derecho”).
Ciertamente, a los mexicanos les gusta complicarse la vida con puntos de referencia y direcciones… aun así, generalmente bastan dos semestres en la universidad (medio año, a lo más) para poder “defenderse” en una docena de países.
Queridos alemanes que aprenden español: ¡tan sólo comparen la gramática y luego hablamos! En mi antigua faceta como profesor de lenguas, lamentaba mucho la suerte de los extranjeros que aprendían alemán.
Todo alemán que se vea obligado a estudiar con profundidad la gramática de su lengua madre, se arrancaría los cabellos de desesperación como lo haría Homero Simpson: en realidad, tantas excepciones y tan pocas reglas es muy poco alemán.

(1749-1832)
Alemán romántico
Hay que admitir que, en cuestiones sentimentales, el castellano es más fogoso y apasionado que el alemán o el inglés.
Tan sólo basta mirar el lenguaje corporal y los gestos para comprobarlo.
Al igual que sucede por ejemplo con el clima, pienso que esto influye decisivamente en las personas.
Lo percibo yo mismo cuando caigo en cuenta que, además de estas cuestiones corporales, algo de mi carácter y personalidad muta dependiendo si hablo español, inglés o alemán.
Diré que me gusta mi personalidad hispana, incluso más que la alemana, aunque llegado a este punto debo romper una lanza a favor de mi lengua materna: los mexicanos conocen el alemán generalmente por las películas de acción, Rammstein o Hitler y creen que todos alemanes hablan así.
Sí es cierto que los alemanes hablan entre sí de forma más directa y estruendosa que los latinos. Pero ¡ojo, no siempre es así! Incluso el castellano con su doble “erre” suena mucho más áspero.
A pesar de que se me tache de hereje diré que la lengua de Goethe puede ser más romántica que la de Cervantes.
Mi novia tomó esta afirmación por un disparate y murió de risa hasta que prácticamente la arrastré al cine a mirar Django sin cadenas de Tarantino, donde escuchó por diez minutos en estado de trance el alemán de Christoph Waltz y la dulce Kerry Washington.
A fin de cuentas, como alemán con cierto talento para el aprendizaje de idiomas pienso que el español no sólo es “la onda” en la dimensión gramatical, sino también en el aspecto emocional.
Si además de eso, lo puedo condimentar con el “picante mexicano“, entonces los dioses del lenguaje bailan y gritan de júbilo.
Texto: Wilhelm Spanknebel
Este texto es parte de la serie “Conversaciones trasatlánticas”