Cuando me preguntan cómo empecé a interesarme por el alemán suelo dar una y otra vez la misma respuesta: ocurrió en la preparatoria.
En aquellos libros de introducción a la Filosofía solían aparecer, en su idioma original, palabras impronunciables en cursivas: In-der-Welt-zu-sein; Sittlichkeit; Weltanschauung; Entgötterung.
Me llamó la atención que el pensamiento filosófico de Sartre, Camus, Descartes o Tommaso Campanella apareciera completamente castellanizado, mientras que el de sus contrapartes alemanes emergía puro, intraducible, indescriptible.
“Yo quiero leer a Hegel en alemán”
Con Introducción a Ser y Tiempo de Martin Heidegger de José Gaos en las manos tomé la decisión de aprender alemán.
Me matriculé en el Instituto Goethe de la calle de Tonalá. En la primera sesión, la profesora preguntó a los asistentes cuál era su motivación. Entender las canciones de Rammstein, recuperar el contacto con un “chavo” alemán o “sentirse mayor calificado en una empresa alemana” fueron las respuestas más escuchadas.

Yo quería leer a Hegel en su idioma original. Así lo dije. “La empresa te llevara una vida” intentó desanimarme la profesora.
El alemán me apasionó desde el primer momento. Tres años después estaba presentando el examen de certificación para acreditar el nivel C1 en el Marco Común Europeo de Referencia. Ninguno de los que me acompañaban aquel día estaba conmigo; ni siquiera la profesora.
El alemán exige una devoción casi mística para quien pretenda aprenderlo.
Como aquel mítico caballo, Bucéfalo, que sólo pudo ser montado por Alejandro Magno, la lengua de Hölderlin sólo recibe en sus fueros a los que trascienden aspectos utilitarios.
Para quien no quiere adentrarse en esos territorios existe una Alemania traducida en inglés. Sin embargo, quienes se decanten por esta vía, se perderán de cosas fascinantes.
La mejor definición del alemán la leí de Borges, en su poema “Al idioma alemán”: “Tú, lengua de Alemania, eres tu obra Capital: el amor entrelazado de las voces compuestas, las vocales abiertas, los sonidos que permiten el estudioso hexámetro del griego y tu rumor de selvas y de noches”.
México, el exterior y los idiomas extranjeros
Antes de partir a los confines de Thomas Mann hubo quien intentó disuadirme aduciendo la imposibilidad de dominar aquello que Mark Twain llamaba “el terrible idioma alemán”.
Hasta hace pocos años, en México eran pocos los que aprendían idiomas extranjeros.
El nacionalismo revolucionario trajo consigo muchas cosas positivas, pero, entre sus efectos perniciosos, dejó cierto resquemor frente a lo extranjero.
“La burra no era arisca, sino que a palos la hicieron” y es cierto que las intervenciones que amenazaron la existencia de la joven República abonaron mucho a este recelo con el que se mira lo ajeno.
Cosa curiosa, mientras los mexicanos quedaron escamados con el inglés, el francés maduró en las barricas de la época porfiriana, macerando en la conciencia colectiva hasta volverse distintivo de las clases acomodadas.
Con la llegada de los neoliberales al poder, en la década de los noventa, los mexicanos se consagraron al aprendizaje del inglés.
La tendencia a aprender alemán es reciente y, como tal, ha resultado muchas veces pasajera.
El provincianismo que aún prevalece en muchos estratos sociales ha dificultado su propagación Por varios años, los únicos referentes internacionales fueron Estados Unidos, Francia, Reino Unido o Italia.
Un profesor en la carrera me preguntó para qué aprendía alemán cuando podía canalizar mis energías en el francés.

Esto llevó a que algún intelectual de cuyo nombre no quiero acordarme llegara a plagiar descaradamente un texto en alemán de Wikipedia para presentarlo como suyo, en un acto calificado por Guillermo Sheridan como la actitud de periodistas y escritores que “desdeñaban a un pueblo ignorante y monolingüe, plagiando sin recato material foráneo y presentándolo como propio en los diarios locales”.
Hay algo más. Lo digo siempre: uno puede recorrer desde Tijuana hasta Tierra de Fuego hablando un solo idioma.
Incluso Estados Unidos se convierte lentamente en el país con mayor número de hispanohablantes según el Informe 2013 “El español: una lengua viva”, elaborado por el Instituto Cervantes.
Carlos Fuentes solía llamar a esta unidad cultural “el gran territorio de la Mancha”.
Alemania, por el contrario, tiene frontera con nueve países y forma parte de la Unión Europea, experimento político que se ha definido a sí mismo como “unidad en la diversidad”.
Trato de imaginarme la realidad de alguien nacido en Estonia, obligado desde el nacimiento a ser trilingüe.
El terriblemente hermoso idioma alemán
Sin paños calientes: para muchos mexicanos, la dificultad de aprender alemán radica en el desconocimiento del español.
Los casos gramaticales y las declinaciones adquirirían un nuevo cariz si se abandonara la pragmática convicción de que “importa lo que se dice y no cómo se dice”.
Sin embargo, sí hay aspectos que vale la pena matizar.
Habría que empezar por decir que el alemán estándar (Hochdeutsch) es un invento de Lutero.
En su vida diaria, los alemanes utilizan dialectos—Alemania se conformó tarde como Estado-nación—.
Adentrándose en elementos más técnicos, la lengua alemana tiene un género neutro, por lo que cada vez que se aprende una palabra nueva es menester hacerlo con su artículo correspondiente.
De lo contrario, se acaba por destrozar el lenguaje pronunciando el equivalente a “una agua”, “el mesa” o “el luna”.
Otra dificultad reside en las oraciones subordinadas: los verbos aparecen siempre al final. ¡Existen oraciones que acumulan cuatro en línea!
Finalmente, el rasgo aglutinante del idioma facilita la creación de palabras nuevas.

Heidegger concibió toda su filosofía alrededor de esta característica.
Pluma prodigiosa, Nietzsche desglosaba los vocablos para referirse a sus rivales filosóficos.
A Schleiermacher lo llamaba, por ejemplo, el “hacedor de velos”.
Oficialmente, la palabra más larga está formada por 63 caracteres.
Waldeinsamkeit refiere el sentimiento de estar solo en el bosque y los contornos entre Sehnsucht, Nostalgie o Weltschmerz son difíciles de trazar.
Por cierto, hay también un término para la nostalgia por la Alemania socialista: Ostalgie.
Decir que no se puede hacer filosofía en español sería lo mismo que afirmar que no se puede decir algo romántico en alemán.
Hace tiempo recorrió un video Youtube donde un ocurrente “comparaba” la dulzura del papillon francés con el sonido artero de Schmetterling.
Mis amigos alemanes dicen que soy el único que piensa que el alemán es una de las lenguas más hermosas del planeta.
Estoy algo aislado con mi punto de vista. No me asusta.
Convicciones aparte, todos los idiomas están amenazados por nuestro tiempo, uno que, consagrado a otorgarle valor económico a todas las cosas, concibe al lenguaje sólo como un instrumento.
Ahora me llaman la atención palabras indescriptibles por el descuido al que se ha sometido el idioma.
Las lenguas evolucionan, no lo cuestiono. Lo que no debe olvidarse es que, si se pierde el lenguaje, el ser humano se desvanecerá también.
En esta convicción sí me asustaría estar solo…
Texto: Luis Alfonso Gómez Arciniega
Este texto es parte de la serie “Conversaciones trasatlánticas”
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Hola Luis Alfonso,
Yo también pienso que el alemán es una de las lenguas más hermosas del mundo y una excelente elección del poema de Borges… Ah, y eso que el alemán no es romántico puede discrepar algunos poemas por ejemplo “Nähe des Geliebten” del genial Goethe o “Beschreibung vollkommener Schönheit” de
Christian Hofmann von Hofmannswaldau. Confieso que utilicé traductor en algunas partes porque mi vocabulario no es tan rico pero aún así llego a captar la belleza que esconde el alemán detrás de ese tono imperativo. Hace poco leí algunos poemas de Neruda traducidos al alemán y me impresionaron, el poema 20 inclusive pareciera que dijera más cosas que la versión original. Yo quise leer Fausto y Así habló Zaratustra en alemán y escribir poemas en alemán, por eso me metí a estudiar y terminé enamorándome de mi profesora y desde ahí el idioma es sagrado para mí y finalmente escribí los poemas en alemán dedicados a ella con las correcciones de un amigo.
Recibe un saludo cordial
Cristhian Encina
Estimada Liliana:
¡Qué bueno que te gustó! Si me buscas en Internet, puedes encontrar otros textos que quizá sean de tu interés.
Recibe un saludo cordial.
Hola Luis Alfonso,
me gustó mucho tu Texto.
Recibe un saludo cordial;
Liliana